viernes, 27 de octubre de 2017

Bienvenidas Esperiencias: La consecuencia del amor, parte 2.

Recordando el post anterior escrito por Helena, hoy en Bienvenidas Experiencias nos cuenta la segunda parte de su historia siendo mamá. Yo estoy deseando que nos cuente como fue la lactancia y como se sintió, ¡me tiene en ascuas!
Qué identificada me siento con algunos párrafos.
Así que os dejo parte de su relato.
Como siempre, gracias Helena por aportar algo tan íntimo, seguro que a muchas mamás les ayuda. 
La consecuencia del amor: segunda parte. 
La semana pasada despedí la primera parte de este relato compartiendo con vosotros que Adri, al mes de nacer no había recuperado el peso de nacimiento. Tenía unas ganas tremendas de intimidad. La necesitaba. Sabía de muchas mujeres que no habían logrado hacerse con la lactancia y por ello mi obsesión las primeras 48 horas era “conectarnos” madre e hija perfectamente y disfrutar de nuestro flechazo. Las mamás sufrimos grandes cambios hormonales y si además añades ser primeriza, la sensibilidad es aún mayor.
Adriana nació a las nueve de la mañana pero no avisamos a la familia y mejores amigos hasta por la tarde. Como os habrá pasado a la mayoría de vosotras, la habitación del hospital comienza a llenarse poco a poco de abuelos, tíos, amigos, familiares, etc. Un momento llegué a contar 14 personas dentro de la habitación. En ese momento estás feliz de verles, feliz de compartir con ellos el momento más especial de tu vida pero yo me sentí observada y agobiada.
A Adriana aún no la habían bañado, algo que me pareció estupendo. Está demostrado que cuanto más se tarde en bañar al bebé después del parto, mejor se refuerza el vínculo entre su mamá y él, así como aumentar las probabilidades de amamantarle, entre otras razones , por lo que yo tampoco me duché. Quería que ambas sintiéramos nuestro sudor y olor natural durante al menos 24 horas.
Estaba muy, muy cansada después de 12 horas de parto sin haber dormido en toda la noche porque estuvo constantemente enganchada a mi pecho. Todo ello con las sensaciones nuevas de tu cuerpo y mente, las hormonas revolucionadas, tu tripa (ahora vacía) colgando, y tenías que hablar con todos, contarles la experiencia (tan reciente), la niña enganchada y tus primeras veces enseñado tus tetas así porque sí. A esto, añade escuchar las recomendaciones de tu madre, tu padre, la suegra, la cuñada, (ojo, bienvenidos sean pero en ese momento no quieres escuchar nada de eso) El agotamiento sólo me dejaba fuerza para querer estar sola con mi bebé y mi pareja, conociéndonos, sintiéndonos.
Naturalmente cada persona es un mundo, y habrá mujeres que les encanta recibir muchas visitas en el hospital pero yo me sentí así. Quizá por ser primeriza o por sentir de una manera más especial y sensible el hecho de ser madre. Pero creo que es respetable cualquiera de las actitudes.
A mí eso me fue afectando para mal. Los días venideros en casa se veían acompañados de visitas. No había un único día de intimidad para los tres, para la nueva familia que había creado. Se supone que con la familia más cercana tienes la confianza para decirles que no quieres visitas de momento, o al menos no todos los días. Pero no tuve valor. Porque ellos tienen derecho a ser también felices. Pero al final, tenía más confianza para pedir que no vinieran a mis amigos que a mis propios padres o familia política. Y el resultado es que sentía un estrés constante por tener todo el día a alguien pegado a mí en el sofá observando cómo le doy el pecho a mi bebé. Yo, con el pelo sucio de no haberme podido duchar, en pijama, bata, con ojeras, con la teta fuera todo el día, sintiendo el dolor producido por las grietas y teniendo que poner “buena cara”, contestar, ofrecer un café, etc. Y todo ello, sin dormir. Qué os voy a contar… ☺
Lo siento pero no volvería a repetir eso. A mí me afectó negativamente. Era mi intimidad, mi nueva vida, mi familia, quería tener mi periodo de adaptación, algo único y efímero. Algo que es entre ella y yo. Entre nosotras y papá.
A las dos semanas de haber nacido, fuimos a la correspondiente revisión con la enfermera. No había recuperado el peso de nacimiento, y nos dijo que “era normal”. La verdad es que nos sorprendió porque normalmente se tarda una semana, eso sabía por las decenas de webs, blogs y libros que leí durante mi embarazo. Pero pensé: “Bueno es una profesional, vamos a esperar unos días”. Además Adri mojaba pañales y hacía caquita todos los días con normalidad, ¡por lo que entendíamos que se alimentaba bien!

Lo que no sabíamos era que esa enfermera no era una enfermera de pediatría con experiencia. Era una enfermera a punto de jubilarse que la habían reubicado en ese puesto sin tener ni idea. La próxima revisión fue la del mes. Esta vez con su pediatra, a quien no tuvo ocasión de conocer hasta ese día porque estuvo de baja y no pusieron sustituto. Yo  estaba convencida de que había ganado peso porque seguía manchando pañales, 5 ó 6 al día o más, y caquita diaria. Pero no, para nuestra sorpresa no fue así por lo que nos mandó directamente y de urgencias al hospital. Es en ese momento cuando brotó mi primera lágrima porque pensé que no era capaz de alimentar a mi hija.

Continuará ... 💓


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